2 de marzo de 2014

Comprender antes de condenar: el enorme valor de la tolerancia

Columna Empecemos por los Principios del blog "El Confidencial, el diario de los lectores influyentes"  escrito por Mario Alonso Puig
En la Plaza Juárez del Centro Histórico de México hay un museo que no creo que deje indiferente a nadie, ya que su visita provoca emociones muy intensas y reflexiones muy profundas. El museo está dividido en dos secciones, la de la memoria y la de la tolerancia. A medida que se recorren las distintas salas, también se experimentan desde la tristeza más honda y la repulsión más firme hasta la admiración más sublime. El museo está dedicado a los genocidios, definiendo con esta palabra a un tipo de crímenes con los que se busca eliminar seres humanos por su pertenencia a un grupo racial, étnico, religioso o nacional. Entre los genocidios que allí se exponen destacan, como no podría ser de otra manera, el Holocausto, los Campos del Silencio de los Jemeres Rojos en Camboya, los actos de genocidio en Guatemala, la guerra en la antigua Yugoslavia y el genocidio en Bosnia-Herzegovina y cómo no, el conflicto entre los hutus y los tutsis en Ruanda en el que, entre 1959 y 1969, más de 20 mil tutsis fueron asesinados y al menos 130 mil tuvieron que refugiarse en países vecinos.

Cuando tocamos la parte más oscura del ser humano y somos capaces de contemplar lo que unos hicierona otros, podemos perder por completo la fe en nosotros mismos y con ello la esperanza de que realmente se pueda vivir en un mundo en el que estén presentes la paz y la justicia. Cuando simplemente se soporta la diversidad, en cuanto las condiciones son propicias para ello, surge el conflicto y la violencia. ¿Por qué no celebrar las enormes posibilidades que aporta la diversidad? Hoy por ejemplo, se sabe que los equipos más creativos son los equipos en los que más diversidad existe, siempre claro está que dicha diversidad se valore como una ventaja y no como un problema.

Creernos mejores que otros en todo puede llevar a que aflore desde las profundidades de nuestra sombra, el deseo de controlar, el deseo de dominar, el deseo de someter, sea por un camino o por otro. Es entonces cuando se deja de ver al otro como un ser humano y se le degrada al nivel de objeto. Un objeto es algo manipulable y que se puede tirar cuando deja ya de servir.
Decía Gandhi que cuando señalemos con un dedo a otros no nos olvidemos de que tres dedos nos están señalando a nosotros. Si cuando visitamos un museo como el de la Memoria y la Tolerancia no salimos con un mayor nivel de consciencia y convertidos en mejores personas es que algo fundamental se nos ha quedado en el camino.

La resistencia al horror
Hay muchos momentos cuando se pasa por las distintas salas de este museo en los que se describe a los que perpetraron los crímenes. Sin embargo, también se hace una clara referencia a todos aquellos que por conveniencia o por miedo fueron indiferentes frente a ellos. Como no podría ser de otra manera, en el camino nos encontramos con un grupo de seres humanos que ante aquel horror hicieron lo que pudieron, arriesgando incluso su propia vida, para salvar la de otros. En este sentido, me llamó mucho la atención un cuadro lleno de pequeñas fotografías de personas. Unas estaban de frente y otras estaban de espaldas. En el medio del cuadro aparecía el contorno de una silueta humana y en su interior un signo de interrogación. Las personas que estaban de frente eran aquellas que no habían sido indiferentes, sino que habían hecho todo lo que les había sido posible para denunciar aquellas atrocidades y para ayudar a otros a escapar de su cautiverio. Las personas de espalda correspondían a los indiferentes, a todos aquellos que habían pasado de largo. El contorno de la figura humana en el centro con el signo de interrogación en el interior transmitía una pregunta muy directa: ¿Y tú, vas a ser de los perpetradores, de los indiferentes o de los valientes y comprometidos?
Decía Víctor Frankl (1905-1997), psiquiatra austriaco de origen judío y superviviente del Holocausto: “Al ser humano se le puede quitar todo excepto su libertad esencial: su actitud ante cualquier circunstancia”.
No llevemos a cabo ningún acto de violencia frente a otros, porque hay una violencia física, pero también hay una violencia emocional. No seamos perpetradores de violencia, no avergoncemos, no humillemos, no marginemos a otros por ser diferentes, sea en casa, en el trabajo o en la sociedad. No seamos indiferentes ante las injusticias cuando veamos que alguien está siendo objeto de burla y de desprecio.
Hace tiempo escuché la historia de una joven en una empresa a la que su jefe, para humillarla, sacó su mesa del pequeño despacho en el que ella trabajaba y la hizo sentarse en medio del pasillo donde todos sus compañeros la vieran. A esta mujer se le exigió estar en la mesa sin nada que hacer, pero sin poderse mover. Ninguno de sus compañeros denunció semejante atropello a pesar de la tremenda humillación a la que estaba sometida aquella mujer.

Cuando se habla de la tolerancia, se habla de una virtud que hace posible la paz. Tolerar es comprender que no poseemos la verdad absoluta y por eso la tolerancia pide una actitud de respeto y de apertura. La tolerancia no implica renunciar a las convicciones personales y desde luego lo que tampoco implica bajo ningún concepto es ser indiferente ante la injusticia. Si la intolerancia ha provocado tanta violencia, la tolerancia se convierte en un valor esencial para poder convivir y progresar en paz

Aunque a veces nos cueste, no hay más remedio que detenerse frente al secreto de cada conciencia, a comprender antes de discutir y a discutir antes de condenar, nos recuerda Norberto Bobbio.  


 

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